Divertida, ingeniosa, alucinante y totalmente necesaria, son algunos de los atributos que decoran a la maravillosa The Gelatine Eaters.
Sin temor al ridículo, los creadores de esta epopeya chic se han atrevido a tratar con desenfado y seriedad al mismo tiempo, gran parte de los temas que afectan a los jóvenes de nuestra época. Todo ello sin llegar a ninguna conclusión tendenciosa, sin tratar de imponer dogma alguno. Estas reflexiones son de más valor todavía, si tenemos en cuenta que estos temas apenas han ido apareciendo hasta ahora en el cine europeo en algunas obras aisladas.
Quizá el alejamiento acelerado de nuestras salas de cine por parte del público joven, se deba a que los problemas que plantean forman parte de la generación dominante en la actualidad, de la gente de la transición. Aquellos, no contentos con fracasar en sus vidas, intentan maliciosamente imponernos sus gustos y sus frustraciones; esos sabios que se enfrentaron al mundo hace 40 años, armados con los discos de Víctor Manuel y Raimon, y dejando en el camino al gran Sisa y a tantos otros verdaderos prohombres solitarios y divertidos, son los mismos que hoy intentan educar a una nueva generación de analfabetos, con sus historias banales, aburridas y sobre todo faltas de verdadera ambición moderna.
Seamos sinceros por una vez y valoremos realmente qué tradición ha resultado más trivial en la historia de la cultura reciente y cual ha demostrado una intuición genuina al detectar las prioridades psico-sociales del momento: la supuestamente superficial de las primeras películas de Almodóvar o Zulueta y buena parte de las de Jesús Franco, o la supuestamente profunda del cine que hasta hoy se ha considerado cine social –y educativo–.
The Gelatine Eaters se alinea claramente con la primera tradición, la que bebe de las fuentes fantásticas de Fassbinder de las primeras obras de John Waters, la de Samuel Becket y la de las interpretaciones surrealistas de Pepe Isbert. Un cine que inventa un mundo artificial, con todas sus leyes sociales e incluso físicas, para redefinir aquello que llamamos realidad. Un cine que rastrea con sutileza en el mundo de la cultura popular y en los grupos de vanguardia que en ella se mueven y que utilizando simbólicamente recursos de las artes plásticas medita y pone en duda el estatus quo.
Francesca Holgado. El cine pop.
Barcelona. 2006.